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Beschreibung
Preámbulo de una obsesión
Consultó su reloj una vez más. Desde hacía varios minutos aguardaba oculto en el oscuro portal de una casa deshabitada, frente al pequeño aeropuerto de Fort Lauderdale, Florida. Su mirada estaba fija en unas luces que brillaban en el local que ocupaba la administración de la instalación aérea. A sus pies, una lata, que contenía gasolina, reposaba en espera de ser utilizada. De repente las luces se apagaron y el celador del lugar salió rumbo a una cafetería cercana.

El vigilante se movió suavemente, tomó la lata de combustible, cruzó la calle y penetró en el aeropuerto con pasos ágiles y seguros. Una vez allí, se dirigió hacia una zona de aparcamiento donde se encontraban tres aviones del tipo P-51.1 Abrió el recipiente y con diligencia, fue regando su contenido alrededor de los aparatos, hasta vaciarlo. Luego, tomó una distancia prudente y lanzó una mecha encendida en dirección a los aviones, los que se incendiaron rápidamente. Un fuego voraz iluminó la noche, mientras el hombre escapaba en un auto que lo aguardaba con el motor encendido.

Al alejarse, las sirenas de una estación de bomberos cercana comenzaron a ulular. Alan Robert Nye había sido reclutado desde hacía varios meses por el Buró Federal de Investigaciones (FBI) para penetrar a los grupos de cubanos emigrados que conspiraban contra la dictadura de Fulgencio Batista. El piloto de la Armada había sido aparentemente expulsado de ese cuerpo, después de que el jefe de su base recibiera una denuncia anónima, donde lo acusaban de conspirar con los exiliados cubanos para lanzar ataques aéreos contra objetivos militares en Cuba.

En realidad se trató de un plan cuidadoso del FBI para brindarle una sólida carta de presentación ante los emigrados cubanos que combatían a la dictadura batistiana. Sin embargo, lejos de lo proyectado, los cubanos se entusiasmaron con el proyecto para «bombardear objetivos militares en la Isla», y adquirieron varios aviones de hélice para llevar a cabo la misión. Nye se encontró en un callejón sin salida porque si no atacaba los objetivos sugeridos, los exiliados sospecharían de él; por esa razón, el FBI le orientó la destrucción de los aviones e inculpar a unos supuestos agentes de Batista del sabotaje realizado.

Después de aquella acción, el FBI lo presentó al comandante Efraín Hernández, cónsul del gobierno cubano en Miami y agente de la dictadura encargado de la vigilancia de los exiliados en la Florida, para un nuevo proyecto que estaba en curso. En pocas palabras, el militar explicó que el FBI lo había cedido para una misión importante en Cuba. Los detalles serían dados posteriormente, pero le aseguró que había una suma de dinero importante como pago a los servicios prestados y que altos cargos en la Administración norteamericana estaban al tanto de los planes.

Nye solo conocía de Cuba que era un paraíso del turismo, el juego y la prostitución, por lo que asumió la tarea como unas vacaciones en el Caribe. El 12 de noviembre de 1958 arribó a la terminal aérea de La Habana, donde lo aguardaba un auto de color negro al pie de la escalerilla del avión. El vehículo lo condujo velozmente al hotel Comodoro, situado a orillas del mar, en un apacible barrio capitalino.

Allí lo esperaban impacientes, los coroneles Carlos Tabernilla y Orlando Piedra; el primero, jefe de la Fuerza Aérea; y el otro, jefe de la Policía Secreta. Después de las presentaciones habituales, se dirigieron al bar del hotel donde conversaron en una mesa apartada. Tabernilla le explicó a Nye en qué consistía el proyecto para el que era requerido. Se trataba de asesinar a Fidel Castro, el líder rebelde que en las montañas del oriente del país hacía tambalear al gobierno dictatorial. Era un asunto de Estado que, por las características del plan, necesitaba un ejecutor norteamericano.

La idea parecía simple. Nye debía infiltrarse en las filas rebeldes, precisamente en la zona donde accionaba Castro. Una vez con él, le explicaría sus antecedentes «revolucionarios» y el antiguo proyecto de bombardear los aeropuertos militares desde la Florida. Seguramente Castro —pensaban los coroneles— sería seducido por la personalidad del sujeto. Contaban con dos razones poderosas: una, Nye era un norteamericano, un yanqui que representaba al país más poderoso de la Tierra; la segunda, se apoyaba en la necesidad de los rebeldes de frenar por medios aéreos la aviación batistiana que constantemente bombardeaba a la población civil, causándole estragos importantes. Nye era piloto y además tenía una impresionante carta de presentación del exilio, por tanto, podía ser la persona adecuada para que pilotara algún pequeño avión en posesión de los rebeldes, que en todo caso bombardeara también las posiciones militares de Batista.

Tabernilla y Piedra explicaron a Nye que estaría protegido por un comando del Ejército; lo más importante: le serían situados en su cuenta bancaria 50.000 dólares, una vez eliminado Fidel Castro.

Esa misma tarde, los tres hombres se dirigieron al campamento militar de Columbia —cuartel general del ejército nacional— para coordinar el proyecto con el coronel Manuel García Cáceres, jefe de la plaza militar de la ciudad de Holguín, capital de la región norte del oriente del país. En poco tiempo se pusieron de acuerdo Nye y García Cáceres, para que el primero marchara varios días más tarde al puesto de mando del coronel y desde allí iniciar el operativo. A pesar de lo escaso del tiempo, Nye tuvo oportunidad de visitar los principales centros nocturnos de la capital cubana y comprendió entonces por qué sus paisanos estaban interesados en preservar al gobierno de Batista, el hombre que les garantizaba aquel paraíso del juego, las inversiones seguras y la diversión.

El 20 de diciembre, Alan Robert Nye se encontraba en la ciudad de Holguín y junto al coronel García Cáceres repasaba los aspectos principales del proyecto homicida. Cuatro días más tarde se infiltraba, en compañía de una escuadra de soldados, en las inmediaciones del poblado de Santa Rita, zona de acciones de los rebeldes de Fidel Castro. Esa noche, ocultaron las armas —un fusil Remington .30-06 con mira telescópica y un revólver calibre .38— en un lugar seleccionado previamente, y Nye despidió a los militares.

Al día siguiente continuó solo. A las pocas horas era capturado por una patrulla rebelde a la cual le contaría sus «deseos» de unirse a los combatientes revolucionarios y conocer al líder Fidel Castro. Sin embargo, algo salió mal desde el principio. El joven oficial que comandaba la tropa no pareció prestarle mucha atención, lo confinó a un campamento donde descansaban los heridos, explicándole que, en el momento oportuno, su caso sería atendido.

Aquello no le preocupó mucho. Al contrario, así se familiarizaría con el territorio. Nadie le había exigido un plazo corto para concluir el proyecto. Imaginaba que tan pronto Castro, que accionaba en esa zona, conociera su presencia, enviaría por él y la oportunidad se presentaría. Solo tendría que esperar que la noche cayera para dirigirse a su escondite, sacar las armas y emboscarse en un lugar escogido con antelación para cometer el crimen.

El día 1ro. de enero una noticia lo sobresaltó: Batista había huido y los rebeldes se preparaban para asestar los golpes definitivos a las maltrechas y desmoralizadas tropas gubernamentales. Su sorpresa era total, porque nadie lo había prevenido con respecto a este acontecimiento. Por otra parte, él no percibió en las conversaciones sostenidas con los oficiales batistianos, lo endeble de su gobierno y mucho menos que aquella tropa de barbudos estuviera a punto de derrocarlo. De todas formas —se dijo— no había elementos en su contra y, tan pronto se normalizara la situación, los rebeldes lo pondrían en libertad; si no, informaría a su embajada para que lo auxiliaran. En definitiva —concluyó— era un ciudadano norteamericano y había que garantizarle sus derechos.

El 16 de enero fue trasladado a la capital para unas investigaciones de rutina, según le informaron. Un amable capitán rebelde le tomó declaraciones y luego le explicó que debía aguardar algunas horas para verificar la historia narrada. Nye cometió un error mayúsculo cuando mencionó al hotel Comodoro como el lugar donde se había alojado a su ingreso en Cuba. En pocas horas, los investigadores conocieron dos elementos que lo inculpaban fuera de toda duda: uno, el nombre dado en el hotel, «G. Collins», no coincidía con el conocido por ellos, que era el verdadero; otro, los gastos incurridos allí habían sido pagados por el coronel Carlos Tabernilla.

El oficial rebelde lo entrevistó nuevamente, le solicitó que aclarara su situación. Nye no pudo ocultar por mucho tiempo la verdad: confesó los planes y quiénes eran sus autores.

En abril de ese mismo año Alan Robert Nye fue sancionado por los tribunales revolucionarios y expulsado del país, para lo cual fue entregado a la embajada de Estados Unidos. Así terminó el primer proyecto criminal contra la vida de Fidel Castro en el que participó una agencia del gobierno norteamericano, el FBI, en complicidad con la Policía de la dictadura de Fulgencio Batista.

Armas especiales, venenos letales, explosivos plásticos poderosos, tabacos con sustancias peligrosas, granadas para ser lanzadas en plazas públicas, fusiles con miras telescópicas sofisticadas que apuntarían contra la gorra verde olivo, agujas con venenos mortíferos tan finas que su contacto con la piel no podía ser percibido, cohetes para bazucas y morteros, cargas explosivas ocultas en panteones silenciosos o en alcantarillas soterradas mientras un mecanismo de reloj descontaba minutos y segundos; planes todos trazados para asesinar a Fidel Castro.

A los pocos meses del triunfo de la Revolución Cubana, Estados Unidos planteó la necesidad de eliminar al dirigente cubano como el medio más expedito para...
Preámbulo de una obsesión
Consultó su reloj una vez más. Desde hacía varios minutos aguardaba oculto en el oscuro portal de una casa deshabitada, frente al pequeño aeropuerto de Fort Lauderdale, Florida. Su mirada estaba fija en unas luces que brillaban en el local que ocupaba la administración de la instalación aérea. A sus pies, una lata, que contenía gasolina, reposaba en espera de ser utilizada. De repente las luces se apagaron y el celador del lugar salió rumbo a una cafetería cercana.

El vigilante se movió suavemente, tomó la lata de combustible, cruzó la calle y penetró en el aeropuerto con pasos ágiles y seguros. Una vez allí, se dirigió hacia una zona de aparcamiento donde se encontraban tres aviones del tipo P-51.1 Abrió el recipiente y con diligencia, fue regando su contenido alrededor de los aparatos, hasta vaciarlo. Luego, tomó una distancia prudente y lanzó una mecha encendida en dirección a los aviones, los que se incendiaron rápidamente. Un fuego voraz iluminó la noche, mientras el hombre escapaba en un auto que lo aguardaba con el motor encendido.

Al alejarse, las sirenas de una estación de bomberos cercana comenzaron a ulular. Alan Robert Nye había sido reclutado desde hacía varios meses por el Buró Federal de Investigaciones (FBI) para penetrar a los grupos de cubanos emigrados que conspiraban contra la dictadura de Fulgencio Batista. El piloto de la Armada había sido aparentemente expulsado de ese cuerpo, después de que el jefe de su base recibiera una denuncia anónima, donde lo acusaban de conspirar con los exiliados cubanos para lanzar ataques aéreos contra objetivos militares en Cuba.

En realidad se trató de un plan cuidadoso del FBI para brindarle una sólida carta de presentación ante los emigrados cubanos que combatían a la dictadura batistiana. Sin embargo, lejos de lo proyectado, los cubanos se entusiasmaron con el proyecto para «bombardear objetivos militares en la Isla», y adquirieron varios aviones de hélice para llevar a cabo la misión. Nye se encontró en un callejón sin salida porque si no atacaba los objetivos sugeridos, los exiliados sospecharían de él; por esa razón, el FBI le orientó la destrucción de los aviones e inculpar a unos supuestos agentes de Batista del sabotaje realizado.

Después de aquella acción, el FBI lo presentó al comandante Efraín Hernández, cónsul del gobierno cubano en Miami y agente de la dictadura encargado de la vigilancia de los exiliados en la Florida, para un nuevo proyecto que estaba en curso. En pocas palabras, el militar explicó que el FBI lo había cedido para una misión importante en Cuba. Los detalles serían dados posteriormente, pero le aseguró que había una suma de dinero importante como pago a los servicios prestados y que altos cargos en la Administración norteamericana estaban al tanto de los planes.

Nye solo conocía de Cuba que era un paraíso del turismo, el juego y la prostitución, por lo que asumió la tarea como unas vacaciones en el Caribe. El 12 de noviembre de 1958 arribó a la terminal aérea de La Habana, donde lo aguardaba un auto de color negro al pie de la escalerilla del avión. El vehículo lo condujo velozmente al hotel Comodoro, situado a orillas del mar, en un apacible barrio capitalino.

Allí lo esperaban impacientes, los coroneles Carlos Tabernilla y Orlando Piedra; el primero, jefe de la Fuerza Aérea; y el otro, jefe de la Policía Secreta. Después de las presentaciones habituales, se dirigieron al bar del hotel donde conversaron en una mesa apartada. Tabernilla le explicó a Nye en qué consistía el proyecto para el que era requerido. Se trataba de asesinar a Fidel Castro, el líder rebelde que en las montañas del oriente del país hacía tambalear al gobierno dictatorial. Era un asunto de Estado que, por las características del plan, necesitaba un ejecutor norteamericano.

La idea parecía simple. Nye debía infiltrarse en las filas rebeldes, precisamente en la zona donde accionaba Castro. Una vez con él, le explicaría sus antecedentes «revolucionarios» y el antiguo proyecto de bombardear los aeropuertos militares desde la Florida. Seguramente Castro —pensaban los coroneles— sería seducido por la personalidad del sujeto. Contaban con dos razones poderosas: una, Nye era un norteamericano, un yanqui que representaba al país más poderoso de la Tierra; la segunda, se apoyaba en la necesidad de los rebeldes de frenar por medios aéreos la aviación batistiana que constantemente bombardeaba a la población civil, causándole estragos importantes. Nye era piloto y además tenía una impresionante carta de presentación del exilio, por tanto, podía ser la persona adecuada para que pilotara algún pequeño avión en posesión de los rebeldes, que en todo caso bombardeara también las posiciones militares de Batista.

Tabernilla y Piedra explicaron a Nye que estaría protegido por un comando del Ejército; lo más importante: le serían situados en su cuenta bancaria 50.000 dólares, una vez eliminado Fidel Castro.

Esa misma tarde, los tres hombres se dirigieron al campamento militar de Columbia —cuartel general del ejército nacional— para coordinar el proyecto con el coronel Manuel García Cáceres, jefe de la plaza militar de la ciudad de Holguín, capital de la región norte del oriente del país. En poco tiempo se pusieron de acuerdo Nye y García Cáceres, para que el primero marchara varios días más tarde al puesto de mando del coronel y desde allí iniciar el operativo. A pesar de lo escaso del tiempo, Nye tuvo oportunidad de visitar los principales centros nocturnos de la capital cubana y comprendió entonces por qué sus paisanos estaban interesados en preservar al gobierno de Batista, el hombre que les garantizaba aquel paraíso del juego, las inversiones seguras y la diversión.

El 20 de diciembre, Alan Robert Nye se encontraba en la ciudad de Holguín y junto al coronel García Cáceres repasaba los aspectos principales del proyecto homicida. Cuatro días más tarde se infiltraba, en compañía de una escuadra de soldados, en las inmediaciones del poblado de Santa Rita, zona de acciones de los rebeldes de Fidel Castro. Esa noche, ocultaron las armas —un fusil Remington .30-06 con mira telescópica y un revólver calibre .38— en un lugar seleccionado previamente, y Nye despidió a los militares.

Al día siguiente continuó solo. A las pocas horas era capturado por una patrulla rebelde a la cual le contaría sus «deseos» de unirse a los combatientes revolucionarios y conocer al líder Fidel Castro. Sin embargo, algo salió mal desde el principio. El joven oficial que comandaba la tropa no pareció prestarle mucha atención, lo confinó a un campamento donde descansaban los heridos, explicándole que, en el momento oportuno, su caso sería atendido.

Aquello no le preocupó mucho. Al contrario, así se familiarizaría con el territorio. Nadie le había exigido un plazo corto para concluir el proyecto. Imaginaba que tan pronto Castro, que accionaba en esa zona, conociera su presencia, enviaría por él y la oportunidad se presentaría. Solo tendría que esperar que la noche cayera para dirigirse a su escondite, sacar las armas y emboscarse en un lugar escogido con antelación para cometer el crimen.

El día 1ro. de enero una noticia lo sobresaltó: Batista había huido y los rebeldes se preparaban para asestar los golpes definitivos a las maltrechas y desmoralizadas tropas gubernamentales. Su sorpresa era total, porque nadie lo había prevenido con respecto a este acontecimiento. Por otra parte, él no percibió en las conversaciones sostenidas con los oficiales batistianos, lo endeble de su gobierno y mucho menos que aquella tropa de barbudos estuviera a punto de derrocarlo. De todas formas —se dijo— no había elementos en su contra y, tan pronto se normalizara la situación, los rebeldes lo pondrían en libertad; si no, informaría a su embajada para que lo auxiliaran. En definitiva —concluyó— era un ciudadano norteamericano y había que garantizarle sus derechos.

El 16 de enero fue trasladado a la capital para unas investigaciones de rutina, según le informaron. Un amable capitán rebelde le tomó declaraciones y luego le explicó que debía aguardar algunas horas para verificar la historia narrada. Nye cometió un error mayúsculo cuando mencionó al hotel Comodoro como el lugar donde se había alojado a su ingreso en Cuba. En pocas horas, los investigadores conocieron dos elementos que lo inculpaban fuera de toda duda: uno, el nombre dado en el hotel, «G. Collins», no coincidía con el conocido por ellos, que era el verdadero; otro, los gastos incurridos allí habían sido pagados por el coronel Carlos Tabernilla.

El oficial rebelde lo entrevistó nuevamente, le solicitó que aclarara su situación. Nye no pudo ocultar por mucho tiempo la verdad: confesó los planes y quiénes eran sus autores.

En abril de ese mismo año Alan Robert Nye fue sancionado por los tribunales revolucionarios y expulsado del país, para lo cual fue entregado a la embajada de Estados Unidos. Así terminó el primer proyecto criminal contra la vida de Fidel Castro en el que participó una agencia del gobierno norteamericano, el FBI, en complicidad con la Policía de la dictadura de Fulgencio Batista.

Armas especiales, venenos letales, explosivos plásticos poderosos, tabacos con sustancias peligrosas, granadas para ser lanzadas en plazas públicas, fusiles con miras telescópicas sofisticadas que apuntarían contra la gorra verde olivo, agujas con venenos mortíferos tan finas que su contacto con la piel no podía ser percibido, cohetes para bazucas y morteros, cargas explosivas ocultas en panteones silenciosos o en alcantarillas soterradas mientras un mecanismo de reloj descontaba minutos y segundos; planes todos trazados para asesinar a Fidel Castro.

A los pocos meses del triunfo de la Revolución Cubana, Estados Unidos planteó la necesidad de eliminar al dirigente cubano como el medio más expedito para...
Details
Erscheinungsjahr: 2024
Medium: Taschenbuch
Inhalt: Einband - flex.(Paperback)
ISBN-13: 9781925756340
ISBN-10: 1925756343
Sprache: Spanisch
Einband: Kartoniert / Broschiert
Autor: Fabian Escalante
Hersteller: Seven Stories Press
Verantwortliche Person für die EU: preigu, Ansas Meyer, Lengericher Landstr. 19, D-49078 Osnabrück, mail@preigu.de
Maße: 220 x 140 x 20 mm
Von/Mit: Fabian Escalante
Erscheinungsdatum: 23.04.2024
Gewicht: 0,306 kg
Artikel-ID: 123950667

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